Una cena

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Me gusta la cercanía de mis hijos adultos; vienen y van, ocupados en sus trabajos, sus amores, sus vidas, y precisamente por ese albedrío en el que los padres ocupamos un lugar limitado, un segundo término que sin embargo es también incondicional, esas presencias siempre demasiado transitorias me colman. A partir de una cierta edad no está bien que un padre o una madre tengan papeles de protagonistas en las vidas de sus hijos. Hemos de ser secundarios sólidos, de mucha confianza, pero de relevancia limitada en una trama que les pertenece a ellos. La semana pasada celebramos mi santo y el santo y el cumpleaños de Antonio en Casa Rafa,en la calle Narváez. Hijos, sobrinos, novias, novios. Como ayer actuaba el grupo de Arturo en el Matadero nos reunimos de nuevo. No solo van a tener un sentido cálido de la familia los feligreses de Rouco Varela. Esta tarde Elena me ayuda a abrirme paso en la jungla ya incontrolada del correo electrónico y Arturo trabaja subtitulando películas en el cuarto que fue suyo y de Miguel hasta hace algo más de un año, cuando Miguel se fue a vivir por su cuenta. Una gran parte de sus libros y de los objetos atesorados con una vocación de chamarilero que le viene durando desde que era niño permanecen en la habitación. A la caída de la tarde, como Elvira ha salido a cenar con unas amigas, me encargo yo de cocinar una pasta con verduras y salchichas para los tres. Mañana por la noche ni Arturo ni Elena estarán ya aquí. El recuerdo de la cena de hoy nos mantendrá confabulados en la distancia, hasta el próximo encuentro.